miércoles, 24 de junio de 2009

¡Extra, extra!



Ese domingo se levantó temprano para esperar los diarios que acompañaban su raquítico desayuno. Desde el momento en que vio pasar al voceador en completo silencio, el licenciado sintió algo extraño dentro de él, fue como un golpecito leve en el estomago que le hizo salir apresurado y a alcanzarlo. En la comodidad de la sala se aprestó a leer los tres periódicos que comparaba diariamente. Le gustaba estar muy bien informado y su computadora permanecía el día entero prendida esperando las noticias frescas del mundo.

Con verdadero terror vio que nada había en las páginas de papel revolución, ni por dentro ni afuera. "Con razón el voceador no gritó hoy las noticias", pensó. No había noticias. En las páginas sólo se apreciaban los bordes y las tablas, los espacios para los pies y los sumarios, sólo líneas diseñando nada. Buscó en todas las páginas, en los tres diarios y justo en ese momento la computadora se apagó. "¡Carajo! ¿Qué está pasando aquí? Se preguntaba mientras sentía otra vez el golpecito por dentro que ya no era tan leve, sino que poco a poco iba subiendo de intensidad hasta amordazarle la razón.

"¿Cómo puede ser que no haya noticias, si siempre pasa algo, siempre hay ejecutados, temblores, suicidios, marchas, una boda famosa de perdida, y ahora nada, pero cómo chingados puede ser esto posible?"

Temblando casi, llamó por teléfono a algunas agencias de noticias, pero fue inútil, en ninguna hubo alguien que contestara el teléfono y despejara sus dudas.
"Me quieren volver loco, esto no puede ser, aaahhh..."

La ofuscación que sentía le iba ganando por completo, sus músculos se tensaban provocándole un dolor intenso, a duras penas logró caminar hasta la PC sólo para tirar el teclado al no poder accionar los dedos engarrotados por el coraje y la decepción.

Sentado en la sala, respiraba fuerte, buscando una solución a aquel desgarriate, algo tenía que hacer, no podía permitir que esa locura le impidiera leer algo en el periódico, no ahora, después de dedicar casi 30 años de su vida a escribir para los diarios y en todos los temas porque su experiencia e imaginación, le habían permitido saber desde nota roja hasta espectáculos pasando por las notas editoriales que tanto trabajo le costaban y que odiaba en secreto, "nadie las lee, ¿para qué las escribo?" Hasta cartonista fue cuando no hubo quién lo hiciera, a todo se dedicó en cuando menos cinco periódicos de su ciudad, y hoy de esos cinco no recibía ni saludos.

"Claro, ya lo tengo." Una idea irracional se iba apoderando de todo su ser, con tanta pasión y furia que de pronto y sin saber explicárselo, pudo levantarse con una fuerza nueva que sólo podía surgirle de la sin razón.

Salió de su casa, pasando antes por la cocina y sin cerrar con llave.



Tres días después, en una celda fría esperaba ansioso que le llevaran las noticias. "Por favor, los periódicos, no quiero llamadas, sólo quiero que me presten todos los que salieron desde el lunes hasta hoy, completos si me hacen el favor."

En cuanto los tuvo, con sumo deleite se sentó en el suelo, como anticipando una excelsa ceremonia, abrió las páginas y comenzó a leer:

"Viola licenciado a una menor"
"Saquean casa-habitación de excomentarista"
"Atropella a varios participantes de una marcha"
"Irrumpe en su antiguo empleo, se lleva hasta las hojas"
"Ejecutan a reconocido abogado, sospechan de su mejor amigo"
"Atacado por una pandilla, licenciado pierde los dientes"
"Explosión en residencia, se presume una fuga de gas"
"Prisionero, afamado periodista"

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lunes, 22 de junio de 2009

Si te miro…


Sentadas en la mejor mesa del lugar, las amigas esperaban desde muy temprano su turno al acecho, el trámite de cada noche. Ella vestida de manera sencilla; apenas peinada diferente sólo para no sentirse tan mal, un poco de brillo en los labios sólo para no sentirlos secos, disfrutaba de un momento que nada tenía de especial. Las otras, presumidas, se estiraban, se arreglaban el cabello, el escote, las mangas, la minifalda; pero a ella todo eso le importaba casi nada, no le quitaba el sueño si la veían mal o bien, tan sólo estaba ahí como estar en cualquier otro lugar, así de simple y natural, provocando la secreta envidia de las que se sentían mejores que ella, pero que no podían soportar salir del lugar sin compañía.
Él, asiduo al lugar, camisa blanca y pantalón negro, todas las semanas tenía una cita con el baile y la música, y nunca le faltaba compañera. Esa noche de entre todas sus posibilidades, él había escogido precisamente a la única que no lo iba a rechazar, a la del pantalón aburrido y el escote en las anginas.
Ella no pudo verle los ojos cuando él le extendió la mano para sacarla a bailar, pero más que una invitación fue casi un mandato. Los lentes oscuros estaban tan fuera de lugar como misteriosos, pero la sonrisa amplia la convenció. Qué importa si esta loco –pensó—por lo menos ya no me quedaré sentada y de paso, éstas se morirán de envidia.
En cuanto salieron a la pista se amoldaron uno al otro, los demás desaparecieron y ella se dio cuenta de que era muy diestro para bailar, pero sí le sorprendió de que de vez en cuando codearan con las otras parejas y siempre pidiera perdón.
Mientras bailaba, la hacía reír y le dedicaba canciones de amor, la persuadió de irse a “un lugar mejor donde sea nada más para ti, ¿no te gustaría?” Uy, cómo no, pensó ella, claro que voy. “Pero a otro lugar no, mejor vamos a mi casa”, le dijo. ¿Vives sola? –le preguntó él.
–Sí –dijo ella-- ¿por qué?
–Porque la soledad es la mejor compañía para una mujer hermosa
–Ay, no inventes –le replicó- ¿que no me ves o qué?
–Es en serio, no necesito mirarte para saber que tú lo disfrutas así –dijo él, mientras la apretaba aún más contra él.
Trenzados en un beso entraron a la casa, antes de quitarse los lentes él le pidió que apagara la luz, “para verte sólo con mis manos” y le ofreció el rostro para que ella lo viera por completo, antes de suplicarle “bésame los ojos”.
Y ella le besó no sólo la vista si no hasta el corazón. Probó cada centímetro de esa piel desconocida, suave y sin olor. Lo hizo suyo más que al contrario. Se sentía como agradecida de que él se hubiera ido con ella y no con una de sus acompañantes. “Conseguí a alguien”, pensó con los ojos cerrados, mientras saboreaba cada parte de ese ser cuyo nombre no sabía, ni investigó, pero le llamó ángel: “eres como un ángel que me ha iluminado entre mi soledad” le susurró, al tiempo que él curvaba una leve sonrisa de ternura. Entonces se afanó aún más en hacerla sentir bella y mujer, mujer plena sin distingos de belleza o rigidez.
Le midió cada poro de su cuerpo, conociéndola a través de su tacto y su gusto, recorriéndole no sólo la piel sino el ser completo, haciéndola suya como a una joya, rindiéndole pleitesía como a una reina. Mi reina –le decía en un susurro— me quedaría para siempre entre tus axilas. Sería siempre tu ángel si no necesitara yo el mío propio.
-Oh, ángel, mi ángel, podría besarte toda la noche para evitar que el sol te apartara de mí.
Besos y caricias, suspiros y sueños se hicieron eternos en esa noche, llena de frases que por primera vez ella pronunció y recibió, embelesada en ese ángel que sólo deseaba mirarla.
Pasaron la noche más larga que recordaran hasta que, ya casi de mañana, una alarma en el reloj de él le hizo salir casi huyendo, no sin antes darle un beso y ponerse sus lentes.
Ella todavía se quedó un rato en la cama, en medio de un sueño con su ángel nuevo, a pesar de que ni siquiera su nombre supo ni menos dónde localizarlo otra vez.
Esa noche se había sentido la mujer más bella del planeta, ese ángel la había hecho sentirse valorada y por lo mismo inmensamente feliz, como no había pedido nunca ser, que ni siquiera le importó cuando se asomó a la ventana y lo vio cruzar el parque ayudado de un bastón.

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jueves, 18 de junio de 2009

Fin de lluvia

Y lloviznaban gotas de silencio…
López Velarde


"…Seguiremos informando sobre este tremendo accidente automovilístico…" Prometía aquel locutor radial. Regina apagó la radio, le molestaba oír malas noticias, además no deseaba atemorizarse en medio de aquella soledad de la cuarta noche de junio.
Buscando una distracción, comenzó a recordar el día cuando conoció a Andrés y la forma suya de convencerla de un noviazgo, con esa presencia tan plena y segura. Y así, segura y un poco presurosa, abordando a las ocho en punto el último tren que llegó a su estación, se casó tres años atrás con aquel hombre mayor y sereno, adicto al trabajo y a las novelas de misterio; fue su boda como en aquellos cuentos leídos cuando era niña donde la novia vestía como princesa de un carnaval. El vestido blanco parecía burlarse de ella desde los encajes y los moños, haciéndole cosquillas entre sus costuras y sus fondos; la gran recepción había sido más un desfile de modas caducas que la celebración de tal descalabro en su vida y Andrés pasó la noche entera entregado a un debate político entre los brindis y algún canapé; aun así, enamorada hasta el agobio, intercambió sortijas y quimeras, al tiempo que escondió temores y manías.
Andrés, por su parte, se casó pensando en una salida fácil a su ya desgastada soltería, pues no quería pasar el resto de su vida lamentando la soledad y sintiéndose vacío en aquel enorme caserón revestido de antigüedades y objetos absurdos heredados de algún lejano tío. Así que al conocer a Regina, sin meditarlo y contagiado de su jovialidad y franqueza, inició su tardía vida marital con aquella fascinante mujer de cabellos negros y mirada de abismo, armoniosa, madura y sin complejos, a quien nunca le dolía la cabeza ni le ruborizaban las fantasías. Ocupada en una de ellas estaba, cuando de pronto la imponente casa quedó en penumbras, pues la luz asistía a un congreso de antiguas utopías mientras el cielo se desahogaba de todas sus congojas; solamente destellaban luces furtivas dotando de vida a los muebles que divertidos jugaban el ajedrez de la muerte. Afuera, el aguacero en turbia sociedad con el viento, azotaba tremendamente haciendo trepidar puertas y ventanas, moviendo plantas y árboles en una danza macabra donde la ficción sonsacaba a la realidad. Aunque luchaba contra ello, Regina comenzó a tiritar desconsolada llena de un pavor inexplicable. Como de costumbre, Andrés había partido al amanecer hacia el trabajo y aún no volvía.
Sentada en sillón de sueños no quería moverse por una lámpara, cualquier movimiento le resultaba innecesario y peligroso, así pues, muda y oscura continuó con su espera…
Tan absorta estaba tratando de convencerse a sí misma de lo inútil de su aprensión, que sin darse cuenta, de pronto sintió a Andrés cerca de ella abrazándola, besando sus palpitantes labios de nieve, infundiéndole una placidez inmediata. Confiada se apretó a su esposo en cálido abrazo, enterrando su cara en el robusto pecho masculino para no ver más los relámpagos que iluminaban el salón, y caprichosos la envolvían reteniéndola en un instante estático e infinito.
Se dejó levantar en sus fuertes brazos, se acurrucó y en silencio fue conducida a la habitación, donde finalmente desaparecería su inquietud y ya no tendría miedo, pues ya no estaba sola.
Como en un reencuentro de amores descarriados, él se portaba más caballero que nunca y menos macho; era su hombre y ya lo comenzaba a sentir bajo sus pantalones. Acunados por la intensa lluvia e iluminados sólo en momentos por la inoportuna luz de los rayos que les dibujaba en la piel tatuajes fantasmales, se entregaron ya sin frenos, a sus cuerpos, a su amor.
Andrés ingresó en su historia como ninguna otra vez en su corto matrimonio, preparó el terreno lento, suavemente, esperando el momento preciso del abandono del miedo y el arribo del placer; abrigó su desnudez con exquisitas caricias de cerezas dulces que Regina desconoció, mientras rememoró y agradeció el salvajismo de los primeros días. Le imprimió sus huellas de león festivo saboreando en cada mordida su carne y sus contornos; besó su espléndida silueta de punta a punta, sin olvidar detalles pares y tesoros nones, midiendo el tiempo justo de sus paradas en cada palmo de piel, en cada descanso obligado de tan sublime anatomía; arrojando a su oreja impúdicas palabras y tempranas despedidas que ella recibió sorprendida, pero extravió bailando en aturdido desfile de mimos y besos, de conjuros y suspiros. Andrés logró de ella, una y otra vez, el festejo arrebatado y desmedido de su entrega; la repetición sucesiva del eterno embeleso; impidiendo así, que ella reparara en aquella impresionante frialdad de su cuerpo; estacionado para siempre en la medianoche de sus ojos brujos, perdido sin remedio en la lluvia de su sexo insaciable.
La mañana la sorprendió nuevamente sola, con sus pardas sábanas húmedas de dulce pena, impregnada de un extraño olor a fresas podridas, con un sabor amargo y una ligera llovizna platicando en su ventana. Desde su letargo lo llamó apremiante, pero al no obtener respuesta, se levantó y, vistiendo solamente su bata, bajó las escaleras esperando encontrarlo en la cocina ya listo para trabajar, como otras veces tomando café, sin embargo, ahí no había rastros de su presencia.
Justo en aquel instante, como un chispazo, Regina recordó la silenciosa llegada de Andrés; la lluvia de algún modo le habría impedido escuchar el coche, la cerradura, los pasos; pero aún así debió haber visto las luces del automóvil por el gran ventanal, frente al que se sentó a esperarlo.
Como en un dejà vu siniestro, sintió de nuevo el frío aliento de su esposo que la había sorprendido sólo por un pequeño instante antes de olvidarlo en sus brazos; corrió entonces hacia la recámara y con espanto notó la ausencia de las ropas de Andrés que ella misma ayudó a tirar, preguntándose hasta ese momento, cómo habría podido evitar empaparse antes de entrar a la casa. Pálida y sorda por el retumbo angustiante en su pecho, bajó de nuevo las escaleras sin notar que su bata había caído; salió a la calle buscando el coche, pero éste tampoco estaba ahí.
Entonces lo encontró: ensopado al pie de su puerta, en el matutino a colores en primera plana y a cuatro columnas, vagabundo de la vida, accidentado en su desventura.
Regina cayó pues sin sentido en un laberinto de mágica locura e imposibles muros, vestida únicamente con los besos de Andrés, cubierta de mar hasta el esqueleto, perdida para siempre en el embrujo de un sueño real...
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sábado, 13 de junio de 2009

Es el silencio que hoy sí...

No son los metros
que se convierten en kilómetros
y en miles que se han acumulado
entre vos y yo.

Es el silencio
que hoy sí...
se hace distancia.

Antes tardío y solidario
hoy se ha convertido en grito...

Nunca contra ti
que todo lo das...
Y paradójico;
ni contra mí
que todo lo di...

Sufro con este dolor
que se agarra a mi cuerpo
y emerge de lo más hondo
como alien desconocido.

Sólo que en mi caso
sé de dónde viene
y hacia dónde va...
viene de adentro y
va a perderse en el infinito...

Rogelio Coto Alfaro

Costa Rica
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